Hola Julio César: Te envío una muestra de mi trabajo escrito (con tema libre) para que estimes si soy el candidato adecuado a los propósitos de tu publicación.
¿El presupuesto que anotaste qué periodo abarca?
Espero que podamos formar un equipo.
Un saludo cordial. Buen día.
Les Enfants Rouges
Era noviembre del 73 y un fríecito incisivo escarchaba las calles parisinas. Caminé media ciudad hasta llegar a Le Marais, pregunté por el Marché Les Enfants Rouges, donde por recomendación del genial ilustrador Jesús Castruita, encontraría la mejor sopa de cebolla, no sólo de París, sino del mundo entero.
Luego de algunos intercambios de señas, pero más que nada orientado por lo olores del exquisito caldo, llegué al puesto de Marion, una obesa cocinera cuyo mal carácter haría palidecer a Robespierre con todo y su reino del terror.
Con la primera cucharada se me quitaron el frío y el cansancio, en seguida, una especie de paroxismo me escindió de mi ser alejándome de todo, pero una voz jovial y varonil me regresó a mi sitio. -¿Es la mejor del mundo, verdad? – me dijo aquel hombre de gesto amable que mi memoria luchaba por reconocer.
-Sí, seguro la mejor –respondí atontado y bobalicón.
Luego el hombre amable me explicó, en perfecto español, que Marion preparaba ahí mismo esa sopa, desde hacía ya cuatro décadas, con la peculiar fama de nunca haber lavado el perol donde se cocinaba. -¡Ese, es el secreto de su delicioso sabor! – me aseguró. Después sacó del bolsillo de su abrigo unos guantes negros de piel, tan suaves que parecían de seda. Al ponerlos en mis manos me dijo: –Tenga, déselos a una mujer a quien ame de verdad –Y se fue.
Me quedé pasmado, pensando en la espontaneidad del regalo y miré con atención los guantes, tenían grabadas las iniciales CD… Hice malabares mentales para asociar al hombre con las iniciales y cuando me di cuenta de todo no caí de mi asiento porque la enorme Marion me sujetó pensando que intentaba huir sin pagar. El hombre de la voz jovial y varonil era Marcello Mastroianni y evidentemente los guantes habían pertenecido o nunca llegaron a pertenecer a Catherine Deneuve, su amor truncado de aquella época.
Pagué a Marion mi sopa y me fui.
Aún hoy, 42 años después, cuando vuelvo a un totalmente distinto, cosmopolita y glamoroso Marché Les Enfants Rouges, busco con la mirada a Marcello y aprieto en mi bolsillo los guantes de piel, si llego a encontrarme con Catherine Deneuve, juro que se los voy a devolver, a cambio, claro, de una sopa de cebolla de Marion.